Isabel tiene tres riñones. Uno de los de su hermana realiza el trabajo que dejaron de hacer los dos con los que nació. Este inesperado repuesto le ha permitido seguir con una vida plena y evitado depender de una máquina de diálisis. Ella es una de las más de 5000 personas que en 2017 recibieron en España un órgano. En 2019, la cifra rozaba ya las 5500.
Nuestro país lleva casi tres décadas como líder mundial en trasplantes y donaciones. Dentro de este ranking llama la atención un pequeño hospital situado en una esquina de la Península: el Complejo Hospitalario Universitario de A Coruña (CHUAC), en el que se realizó un 4,4% de los trasplantes del Estado el año pasado. El antiguo 'Juan Canalejo' pasó a hacerse un hueco entre macrohospitales y en la literatura científica internacional, gracias a décadas de experiencia y de una apuesta arriesgada por articular un ecosistema propio para la extracción e implantación de órganos.
Pero más allá de las cifras están las historias y las oportunidades de vida que supone un nuevo órgano para cada receptor. Porque entrar en el mundo de los trasplantes es hacerlo en una parte muy singular, cargada de simbolismo y solidaridad, del sistema sanitario.
Mi corazón es tuyo
Qué pasa cuando dono mis órganos
El trasplante, paso a paso
Un órgano prestado
El hospital de A Coruña
Quiero ser donante
De la muerte a la vida
En España los trasplantes son prácticas habituales en los hospitales. El éxito de estas intervenciones radica en la posibilidad de incorporar el injerto de órganos de otras personas para pacientes en los que los tratamientos médicos han dejado o están a punto de dejar de funcionar. "Muchas veces, para la persona que se está trasplantando, es la última alternativa", indica Fernando Mosteiro, coordinador de Trasplantes del Complejo Hospitalario Universitario de A Coruña (CHUAC).
El panorama actual es radicalmente distinto al que había cuando cuatro médicos de Barcelona y Madrid participaron en el primer injerto exitoso del Estado, en la Ciudad Condal. Era 1965 y ni siquiera había legislación específica para regular esta práctica sanitaria. Más de medio siglo después, todas las comunidades autónomas tienen al menos un hospital de referencia en el que se realizan trasplantes de órganos como parte de las rutinas diarias.
El anonimato y la falta de lucro son dos de las bases en las que se sostiene este sistema altruista. El cambio de la sociedad y los avances científicos han transformado también el perfil del donante: de jóvenes que fallecen en accidente de tráfico se ha pasado de forma progresiva a personas de mayor edad que pierden la vida por un ictus o un accidente cerebrovascular.
En el momento en el que alguien muere, sus órganos pueden prolongar la vida de entre una y siete personas. Para que todo esto se desencadene, el coordinador de trasplantes del hospital debe hablar con la familia del fallecido, que tiene la última palabra sobre la donación. "Es un momento delicado, la verdad", reconoce Mosteiro, porque al dolor de los familiares se une que la intervención "no se puede demorar en el tiempo".
Órganos que vuelan
Para que la intervención tenga éxito, un corazón o un pulmón no pueden estar más de 4 o 5 horas fuera de un cuerpo, entre la muerte del donante y el trasplante. Cuanto antes se implante, mejor será su rendimiento. Este tiempo de isquemia de cada órgano es un factor clave para que pueda ser implantado con éxito en otra persona, y determina en parte quién será el destinatario.
Las probabilidades de que la familia del donante y del receptor se crucen en un pasillo son pocas. La Organización Nacional de Trasplantes (ONT) decide a qué hospital va a ir cada parte del cuerpo, y escoge a determinadas personas de las listas de espera por criterios exclusivamente médicos. En ocasiones, el órgano se trasplanta en el mismo centro, pero muchas otras veces, viaja a otro lugar de la comunidad en el que hay una persona compatible que lleva más tiempo en lista de espera. En el caso de una urgencia cero, cuando un paciente está en situación crítica, no es extraño que un pulmón llegue de Valencia a A Coruña en un tiempo récord.
Si el receptor comparte región con el donante, el traslado se hace en ambulancia. Si el destino está más lejos, llega por aire. Uno de cada cinco órganos que se trasplantan en España se trasladan en avión. Fueron más de un millar los que viajaron por este medio en 2019. Los que se transportaron a los hospitales A Coruña y Santiago lo hicieron en las aeronaves de Atlantic Air Solutions, la empresa que tiene la concesión de este servicio.
"Hay mil combinaciones", cuenta uno de los fundadores de la compañía, Jacobo Ansede. Este piloto lleva cinco años surcando los cielos en vuelos sanitarios. Gracias a esta labor, "en ocasiones vamos a recoger lo que se llama, vulgarmente, por decirlo de alguna manera, una nevera, con el órgano extraído en el hospital de donación". Otras, vuela desde Galicia un equipo médico completo para realizar la extracción.
Tras la llamada de Coordinación de Trasplantes, se moviliza al piloto, la tripulación y, si es necesario, al personal sanitario. Un caso tipo, según Ansede, sería que "tú trasladas un equipo, a lo mejor, de Coruña, para extraer los pulmones, pero a lo mejor viene otro equipo de Valencia a extraer el corazón y otro de Murcia a extraer el hígado. Entonces, se cuadran todos los desplazamientos para que los equipos lleguen al destino, en este caso Bilbao, por poner el ejemplo, y comenzar la extracción".
Ansede es consciente de que su trabajo tiene una enorme importancia porque "de la muerte sacas vida", y no puede evitar sentir una mezcla entre tristeza y alegría cuando piensa en algunos aspectos de esta labor. "Intentas abstraerte", afirma, "porque al final tú vas trabajando y tu labor y tu deber es que el avión, los pasajeros y la carga en este caso, que son los órganos, lleguen a salvo y lo más rápido posible al sitio al que vas".
No puede evitar sentir un escalofrío cuando piensa en que a veces lleva órganos "de bebés, de niños de uno, dos o tres años que se mueren por mil motivos que ves en la tele cada día". Una realidad que "es triste, pero también piensas que estás trayéndole algo a otro niño que está en un hospital y que si no lo recibe, también se va a morir", afirma.
El milagro de colocar un corazón
Al final del viaje, está el destino. En una habitación del hospital, alguien está acostado en una camilla mientras el reloj marca las horas hacia una nueva vida. Espera un regalo de valor incalculable: un órgano compatible con su grupo sanguíneo y su fisonomía.
Al tiempo que se confirma la donación, el coordinador de la especialidad en la Oficina de Trasplantes da al paciente la noticia más esperada. El móvil suena y lo tiene que dejar todo para ponerse la bata del ingreso. En el mejor de los casos, dejará también atrás años de visitas constantes al hospital para una diálisis que le limpia la sangre o ese cable que le cose a una máquina de oxígeno. En ocasiones son personas que se tienen que trasladar durante largo tiempo a otra ciudad en busca, literalmente, de un futuro.
Los engranajes encajan a la perfección, e implican desde al personal de limpieza que prepara el quirófano a experimentados cirujanos. Para un solo trasplante, se pueden movilizar entre 20 o 30 personas. Cada operación es una parte más de la rutina hospitalaria o el día más importante de un calendario vital, según se mire desde uno u otro lado de la camilla.
La intervención, si no hay complicaciones, dura entre dos y cuatro horas. Es un proceso delicado que no siempre termina con éxito. Para conseguir que un corazón lata en un cuerpo nuevo, por ejemplo, es necesario que la sangre pase por una máquina de circulación extracorpórea que ejerza las funciones cardíacas, y así poder cortar arterias con tranquilidad. Este tipo de trasplantes y los pulmonares son los que tienen una recuperación más larga. Suelen requerir de ingresos cercanos a los 10 días y más tiempo en Cuidados Intensivos por el riesgo de complicaciones. En los más comunes, los de riñón, los pacientes salen de la UCI en uno o dos días.
Tras superar los momentos más difíciles, el paciente estará ligado a una medicación inmunosupresora de por vida, para evitar posibles rechazos. El fármaco más habitual es la ciclosporina, un derivado de un hongo con el que se consigue engañar al cuerpo para que no produzca células que atacarían al órgano 'invasor'. Los pastilleros llenos no impiden una calidad de vida tremendamente más favorable para personas que estaban a punto de ser desahuciadas de la existencia.
El tiempo medio de funcionamiento de un riñón es de 10 años. Un corazón dura unos 13 y un hígado, 17. El deterioro del órgano trasplantado puede llevar a su reemplazo, aunque los avances médicos y farmacológicos están consiguiendo prolongar esas medias. La peor estadística está entre los que no pueden ni empezar a contar: se estima que un 10% de los pacientes en lista de espera para un trasplante fallece antes de que llegue un órgano compatible.
El hígado de Tito
A Abelardo Sánchez Sanjurjo, más conocido como Tito, donar sangre le salvó la vida. Este ferrolano de 66 años se enteró con 42 de que tenía hepatitis B gracias a las pruebas que siguieron a su visita al centro de transfusión. En aquel momento, nada le hacía sospechar que precisamente él acabaría por depender de la solidaridad de otros para poder seguir viviendo.
Cuando tenía 49, todo cambió de forma repentina. Tito se encontró, casi sin darse cuenta, en la cama de un hospital. El virus, hasta entonces latente, se activó y en 15 días, su hígado estaba destrozado. Los médicos lo pusieron en contacto con el equipo de hepatología del Hospital de A Coruña, porque la situación era crítica: solo le quedaban dos semanas de vida y su única alternativa era un trasplante. "Tuve claro que me estaba muriendo, y en esos momentos me estaba despidiendo de la familia", recuerda.
La posibilidad de una solución fue para Tito una inyección de esperanza. Pasó, relata, "de estar hundido en la cama a levantarme y darle yo ánimos a la gente que estaba por allí". Y la suerte acompañó. Antes de que la cuenta atrás terminase, apareció un órgano compatible. Recuerda dormirse en el quirófano hablando con el cirujano y despertar con una enfermera de la UCI que lo llamaba por su nombre: "¡Abelardo!". Él, pese a la sedación, estaba tan eufórico que se puso a bailar en la camilla.
Años después, este trabajador de astilleros retirado rememora este momento en muchas ocasiones. Porque Abelardo, Tito, lleva su órgano con orgullo y dedica su tiempo a propiciar que su suerte sea, también, la de otros. El mismo año en que fue trasplantado se incorporó a la Asociación Gallega de Trasplantes 'Airiños', para intentar "aportar a la sociedad algo mínimo de lo que la sociedad me dio a mí". La entidad fomenta la donación de órganos, pero también asesora a las personas trasplantadas o a la espera de la intervención. En sus charlas, siempre recuerda una máxima: "id contentos, que después despertaréis contentos".
Entiende que el anonimato le impide conocer la identidad del donante y de la familia que accedió a donar los órganos. Aún así, "todos los días de mi vida me acuerdo de esa familia y doy las gracias. Me gustaría conocerla, me gustaría abrazarla", afirma. Y, pese al dolor de la pérdida de un ser querido, está seguro de que "también estarían satisfechos" si viesen "lo que todos nosotros estamos haciendo en cuanto a la donación y el trasplante y lo agradecidos que estamos a esas personas que han donado".
Un fin de año especial para Juan
A Juan Graíño nunca se le va a olvidar el fin de año de 2008, y eso que no lo celebró. Lo pasó anestesiado, dentro de un quirófano, con las entrañas abiertas. Mientras en los domicilios se acababan las uvas y se descorchaba el champán, Juan recibía un nuevo hígado gracias a una familia que se sobrepuso a la desgracia y aceptó donar los órganos de su ser querido.
Juan tiene 62 años y vive en O Temple (Cambre, A Coruña). Su vida ha cambiado radicalmente desde que trabajaba como marino mercante. En su caso, la palabra "trasplante" llegó después de una Hepatitis C. "Me pusieron un tratamiento pero en vez de amortiguar los efectos del virus, lo despertó". Aquello, no solo le "destrozó" el hígado, sino que comenzó a afectar a otros órganos. "Estuve casi un mes ingresado y fue cuando decidieron que si mejoraba un poquito, podían incluirme en el trasplante". Pasó tres meses en una lista de espera hasta que llegó el fin de año que cambiaría todos los fines de año.
Lejos de ser una celebración, para Juan su segundo cumpleaños es un momento solemne. Cada 31 de diciembre ha pasado a ser "un día de luto". "Mi donante es una persona joven, tenía 41 años, yo no sé si tenía hijos, si tenía familia, si tenía hermanos… pero sí me imagino que hay una familia que fin de año no lo va a disfrutar, entonces yo fin de año no puedo disfrutarlo", asegura.
Juan tardó tres años en poder hacer "una vida normal". Cuando lo trasplantaron, todavía tenía la Hepatitis C. Al año siguiente, la enfermedad volvió y tuvo que recibir un tratamiento de quimioterapia. Ahora, plenamente recuperado, participa en una programa experimental del Hospital de La Arrixaca, de Murcia, que persigue eliminar la medicación inmunosupresora. "Ya me estaba dañando el riñón" explica. Son una decena de voluntarios en España y dos de ellos están en Galicia. "Sabemos que hay un trabajador del hospital de La Arrixaca, trasplantado pulmonar, que ya no toma inmunosupresores", comenta esperanzado.
El número de la suerte de Ignacio
Ignacio Beojardín nunca llegó a presentar el típico tono amarillo de las personas que sufren insuficiencias hepáticas. Su piel se transformó con "el color del hierro". A este ferrolano, de 71 años, le detectaron una hematocromatosis en el reconocimiento médico anual de su trabajo como funcionario civil de la Administración Militar. No fue "ni por beber ni por fumar", dice, sino que se trataba "de una enfermedad hereditaria". "En vez de dejarte un yate, pues te cae esto", cuenta.
Su hígado no eliminaba el hierro y el cuerpo fue acumulando depósitos de este mineral con el paso del tiempo. "Lo mío fue en noviembre y no llegaba a enero", asegura. Habla Ignacio del año 2013, cuando era "huesos y pellejo, igual que estos de los centros de concentración". La casualidad quiso que esperase a un nuevo hígado en la habitación 213. Y la primera revisión también cayó en día 13. Sonríe y añade: "es mi número de la suerte".
Tras la operación, Ignacio tuvo que volver a aprender "a hablar y a caminar". Y volvió a decir muchas palabras relacionadas, precisamente, con la donación de órganos, como colaborador, junto a Abelardo y Juan, de la Asociación Airiños. Participa en charlas de apoyo para recibir el mismo respaldo que tuvo él en los momentos más duros y para concienciar a la gente de que expresen en vida que sus órganos puedan seguir "viviendo de alguna forma en otra persona". "Para mí es una satisfacción", señala para describir una labor "maravillosa". A veces, vuelven con una tarjeta de donante y, otras, como cuando fueron al Campus de Ferrol, con 700. "Una pasada", reconoce.
Como la mayoría de las personas que recibe un órgano, Ignacio también tiene su forma de agradecer a la familia que nunca conocerá. Todos los días, enciende una gran vela en "recuerdo" de ellos. "Es un agradecimiento total, eterno, porque te dieron la vida", asegura. Y esta segunda vida es "plena". "Yo tengo 71 años, pero como si tuviera 20", confiesa.
La familia de Isabel
Cuando Isabel San Juan enseñaba los resultados de sus analíticas a los doctores del CHUAC, las caras eran de incredulidad. ¿Cómo alguien con ese buen aspecto tenía unos datos que revelaban serios problemas renales? Eso mismo se preguntaba esta periodista santanderina, coruñesa de adopción, que nunca perdió la sonrisa pese al mazazo que supuso oír, por sorpresa, que necesitaba un trasplante.
La temida palabra llegó en febrero de 2017, después de unos meses en los que Isabel se había sentido más cansada de lo normal. Los análisis de empresa marcaron de color rojo los apartados de creatinina y función renal. Hasta entonces, Isabel pensaba que toda la fatiga que acumulaba se debía al estrés. La llamada del Equipo de Coordinación de Trasplantes del Hospital de A Coruña en la que le planteaban la necesidad de un riñón nuevo fue un "shock", según reconoce.
Desde el primer momento, le hablaron de la posibilidad del trasplante renal en vivo. Esta modalidad es una de las apuestas del centro hospitalario coruñés, y prácticamente 3 de cada 10 intervenciones de riñón, el año pasado, no dependieron de una muerte para poder salir adelante. La familia de Isabel no tardó en reaccionar. Tras descartarse el riñón de su madre por edad, su hermana Cristina se ofreció para la operación. Por compatibilidad "era lo mejor", pero solo había un problema: no vive en España.
Pese a todo, las fronteras no fueron un impedimento: "mi hermana tuvo que hacer pruebas en Francia para traerlas primero", y "entre una cosa y otra fueron dos meses y medio, más o menos", lo que evitó a Isabel tener que pasar por un proceso de diálisis. Así, le colocaron un tercer riñón -los anteriores no se retiran porque para ello habría que realizar una cirugía compleja y laboriosa-, un gesto que ha "unido todavía más" a estas dos hermanas. "Ella es 14 años mayor que yo y la verdad es que siempre hemos tenido una relación muy, muy fuerte", relata. Recuerda que uno de los momentos más duros fue tener que esperar a la intervención en habitaciones separadas. "Nos costó muchísimo", asegura.
Ahora, sendas cicatrices han reforzado todavía más ese vínculo entre Isabel y Cristina. Destaca también la labor de la Asociación Alcer, dedicada a las enfermedades de riñón, un trabajo que abarca "desde ocio" hasta "temas de administración". "A veces esa parte humana más allá de la médica, es importante", recalca. El trasplante fue un éxito y, "de momento tiene un final bastante feliz", comenta, sin perder en un segundo su sonrisa, Isabel, que resume su sentir de esta manera: "estoy estupendamente y animo a todo el que pueda ser donante a que lo haga, desde luego".
La segunda casa de Ricardo
A José Ricardo Morales Toribio nunca le ha gustado estar quieto, pero hubo un tiempo en que sus pasos estaban limitados por una máquina de oxígeno. En 2003 le detectaron un enfisema pulmonar de carácter hereditario. Dejar de fumar no le bastó, y su salud fue deteriorándose progresivamente. Tanto, que su neumólogo fue muy claro acerca del desenlace, y le dijo: "tú en el futuro vas a tener que ser trasplantado".
Este hostelero, fotógrafo y ganadero cambió el paisaje volcánico de Tinajo, un pequeño pueblo de Lanzarote, por la arena de playa y el verde de Santa Cristina, uno de los principales núcleos de Oleiros, municipio limítrofe de A Coruña. Lo hizo en busca de un pulmón nuevo. El Sistema Canario de Salud no tiene implantado todavía un programa para este tipo de trasplante, por lo que financia la estancia y la intervención de sus conciudadanos en alguno de los hospitales de referencia de la Península.
"Me dieron cinco opciones, y elegí A Coruña", cuenta Ricardo. Conocer la buena experiencia de otros trasplantados en la ciudad gallega lo animó, y también el hecho de que en esta comunidad "hay buena madera para ser incinerado por si la cosa fallaba", bromea. Por aquel entonces "llevaba mi maquinita de oxígeno" y dependía de ella completamente. En octubre de 2017, Ricardo viajó a A Coruña para hacer sus primeras pruebas, y allí se quedó durante un tiempo.
La espera fue larga y se prolongó hasta el 15 de abril de 2019. Ricardo y su mujer llevaban 14 meses viendo desde Santa Cristina cómo los helicópteros aterrizaban en la azotea del Hospital Universitario de A Coruña cuando llegó la llamada deseada: "Me llamó Lupe, la coordinadora (de trasplante pulmonar)", recuerda. Estaba viendo una película y le faltó más aire de lo normal cuando le dijo que había un posible donante. "Me faltaba todo, me entró un sudor raro", confiesa. Le pidió a su mujer que abriese la ventana, se duchó, se vistió, y entró en quirófano "muy tranquilo".
"El despertar fue fantástico", cuenta. Tras siete días en reanimación, lo pasaron a planta, con las mangueras de aire en la nariz. Dos semanas después de la operación, el cirujano le pidió que se las quitara. Él inspiró, y todavía recuerda la impresión que le dio sentir dentro el aire caliente. "Illo, ¡esto ya es cosa mía!", pensó. Desde entonces, no hay día que no recuerde con agradecimiento y "mucho respeto" a la familia anónima que decidió que se donarían los órganos de la persona que le ha dado una segunda vida: "estoy andando porque otro no está andando, ¿me entiendes?", asevera.
Ricardo es consciente de los cuidados que requiere el órgano. Vida sana, huir de los cambios de temperatura y "el tema de aglomeraciones es muy importante evitarlo, y más ahora", asegura. Y confiesa que con la operación ha ganado, además de un pulmón, una segunda casa. Nos vemos en un hotel de Santa Cristina, la localidad a la que estaba deseando volver. "Tienes ganas de que te revisen, pero también echas de menos gente", afirma. Y, mientras ríe, añade: "nos han cogido un poco de cariño".
Un trasplante cada día y medio
Que Isabel, Tito o Ricardo puedan seguir contando su historia se debe, en buena parte, a la apuesta que hicieron un grupo de médicos hace casi 40 años. Fue el 21 de enero de 1981 cuando un equipo comandado por los profesionales Marcelino González y José García Buitrón realizaba el primer trasplante de Galicia. Era una intervención de riñón, y tuvo lugar en el que, por aquel entonces, se conocía como hospital Juan Canalejo de A Coruña. Solo ese año, el centro sustituyó 5 riñones con problemas por otros nuevos.
El trabajo del doctor García Buitrón, precisamente, se asocia en buena parte a esta excelencia trasplantadora del hospital herculino. Este especialista en Urología "fue un pionero, un visionario en su momento", según cuenta el actual Coordinador de Trasplantes del CHUAC, Fernando Mosteiro. "A principios de los 80 se juntó con tres o cuatro visionarios más, donde estaba Rafael Matesanz, el anterior director de la Organización Nacional de Trasplantes" y apostaron por "poner en marcha los programas de trasplante a nivel nacional".
Ese empeño personal hizo que un hospital del tamaño del de A Coruña entrase de lleno en un plano sanitario que no le correspondería por volumen de pacientes. Así, en los años 90 llegarían los programas de trasplante de corazón e hígado. Casi en los 2000, los de pulmón y páncreas.
En 2019, el Complejo Hospitalario Universitario de A Coruña, nombre actual del Juan Canalejo, trasplantó 238 órganos, la cuarta mejor cifra de su historia. Eso significa que cada día y medio, un quirófano del CHUAC se reservó para dar una oportunidad de vida.
Competir en la Champions
El CHUAC fue en 2019 el octavo hospital de España en número de intervenciones. Un centro que abarca un área de algo más de 500.000 pacientes se situó a muy poca distancia de otros con un volumen mucho mayor de población como La Fe de Valencia, el Vall D'Hebrón o el 12 de Octubre. Hubo otros años que consiguió superarlos.
La existencia desde hace tantos años de una Oficina de Coordinación de Trasplantes, con sus diferentes áreas para cada órgano, hace posible que el centro coruñés pueda jugar en la 'Champions League' sanitaria y se haya convertido en un Centro de Referencia para los trasplantes de España. Y todo eso, sin tener ni siquiera un quirófano reservado exclusivamente para esta actividad.
Con la experiencia acumulada, el CHUAC consiguió abrirse camino, atraer y formar a los mejores profesionales. Pese a que el Hospital Universitario de Santiago (CHUS) también realiza trasplantes, el de A Coruña es el único en Galicia que abarca todo tipo de órganos, y de los pocos centros en España con la capacidad de hacerlo. Esta exclusividad garantiza la habilidad técnica necesaria de sus profesionales.
"Hay una escuela muy importante de los distintos programas de trasplante. Cardíaco, pulmonar, hepático, renal y pancreático", señala Mosteiro. Añade que "esa escuela desde hace muchos años ha hecho que a día de hoy la especialidad y la habilidad que tengan los cirujanos junto con los médicos que hacen el seguimiento del trasplante sea muy buena, claro. No es lo mismo un hospital que lleva haciendo 40 años trasplantes que un hospital que empezó hace diez a hacerlos".
La organización y los profesionales dedicados a esta actividad han permitido que en el CHUAC se implantasen y consolidasen mejoras significativas que consiguieron mantener e incrementar la actividad trasplantadora. La donación en asistolia, la utilización de órganos cada vez más envejecidos o la apuesta por el trasplante de riñón en vivo, incluso con grupos sanguíneos incompatibles, son algunas de ellas.
Los récords del CHUAC
Cuando el doctor Buitrón y los pioneros del trasplante empezaron a introducir en la rutina hospitalaria los trasplantes, no se imaginaban que el CHUAC llegaría a las cifras actuales. El Hospital de A Coruña ha superado ampliamente la cifra de 6000 intervenciones desde que se inició el programa, en 1981.
En 2015 llegó a ser el centro de España que realizó más trasplantes. Su tope, hasta ahora, son los 261 de 2018. El año pasado, batieron otro récord: el de donaciones. Fueron 80, casi el doble que el período anterior, lo que les hizo depender en menor medida de los órganos extraídos en otras ciudades o comunidades.
La ciudad gallega figura en el podio estatal de intervenciones pulmonares o cardíacas. La coordinadora de trasplantes de corazón del CHUAC, Marisa Crespo, recibió en 2019 una Medalla Castelao, la máxima distinción concedida por la Xunta de Galicia a representantes de la sociedad gallega. La experiencia adquirida estos años, además de su dedicación a los pacientes, llevan a que sea considerada como una de las referencias mundiales en esta disciplina.
La irrupción del coronavirus y su importante impacto en los hospitales este 2020 ha influido también, pero negativamente, en la actividad trasplantadora del hospital de A Coruña. La COVID-19 ha provocado que durante algo más de un mes "el hospital se dedicara única y exclusivamente a la atención de esta infección", declara Fernando Mosteiro. Resalta, incluso, que "hubo gente que en sus casas se pasó patologías graves" como "infartos de miocardio o ictus que no vinieron al hospital por miedo". La disminución de estas patologías o de los accidentes de tráfico generó "menos donantes", reconoce. Recuerda que "al no haber donante ya no hay trasplante".
Pese a la ralentización de las intervenciones, Mosteiro espera que este 2020 el CHUAC consiga mantenerse en cifras del año pasado, porque "la lista de espera ha aumentado". Hitos como los 6 trasplantes en menos de 24 horas que se realizaron en mayo abren espacio a la esperanza: "a ver si podemos ir recuperando y por lo menos que esas personas que han empeorado, que no han tenido esa oportunidad, la pueden tener en este tiempo", concluye.
Qué puedo donar
La muerte precede a la vida. Actualmente, la donación de órganos es una parte imprescindible para que cada trasplante se pueda realizar, y requiere de un proceso previo en el que la rapidez y la coordinación son factores determinantes. En el momento en que todos los esfuerzos médicos han sido en vano y un paciente susceptible de donar está abocado a la muerte cerebral, el equipo de trasplantes habla con su familia para ofrecer la posibilidad de que parte de su cuerpo viva en otras personas.
No son charlas muy frecuentes: solo en torno a un 15% de los fallecimientos hospitalarios puede acabar en una posible donación. Hay cinco veces más posibilidades de que una persona sea receptora de un órgano que de que lo acabe donando. Los ictus son la causa más habitual de muerte de las personas donantes, frente a los traumatismos por accidentes de tráfico que hace años llegaban a las Unidades de Cuidados Intensivos. En todo caso, los pacientes no deben tener tumores malignos, infecciones descontroladas o algún tipo de disfunción multiorgánica.
Todas estas estadísticas le dan un componente todavía más heroico al gesto altruista de donar. Una sola persona que fallece puede salvar a siete, con sus dos pulmones, los riñones, el corazón, el hígado y el páncreas. U ocho, si se incluye el trasplante intestinal, el último en desarrollarse en España y que todavía no se trabaja en Galicia.
También existe la posibilidad de donar tejidos, que no son vitales pero sí mejoran considerablemente la calidad de vida de decenas de personas. De un individuo se pueden salvar córneas, huesos, tendones, válvulas del corazón, arterias, venas o hasta la membrana amniótica.
En vida, un español puede donar un riñón o parte de su hígado. Normalmente, estos trasplantes se dan entre familiares, pero también existe el "buen samaritano". Esta persona cede uno de sus órganos a alguien con quien no está relacionado con el compromiso de que su pareja o algún familiar siga la cadena de solidaridad con otros. Más comunes son las donaciones de sangre, imprescindibles para mantener la actividad hospitalaria, o las de médula ósea, que se destinan a pacientes con leucemia o enfermedades hematológicas.
Carné de donante y testamento vital
Hay varios métodos para garantizar que la solidaridad de una persona viva llegue a otros cuando está muerta. El principal, y más práctico, es decirlo. Cuando una persona quiere ser donante "lo más importante que tiene que hacer es comunicárselo a su familia y a sus allegados", cuenta Encarnación Bouzas, coordinadora gallega de Trasplantes de la Axencia de Doazón de Órganos e Sangue (ADOS). Son ellos los que tendrán la última palabra sobre el destino de los órganos de la persona si fallece en circunstancias que permiten la donación.
Para que la voluntad se respete, una de las herramientas más útiles es la tarjeta de donante. Antes conocida como carné de donante, no tiene validez legal, sino que es un "documento de intenciones", señala Bouzas. Por una parte, se busca que "sirva de pie para hablarle a la familia y comentarle cuál era su intención" de cara a facilitar la decisión en momentos muy dolorosos. La responsable de trasplantes recuerda que los médicos preguntan a los familiares de alguien susceptible de donar por "la voluntad del fallecido", no por la de ellos.
Hay otro método por el cual la voluntad no depende de la palabra de otra persona. Se trata del que en Galicia se conoce como documento de instrucciones previas, popularmente llamado Testamento Vital. Con esta declaración, una persona expresa diferentes aspectos relacionados, fundamentalmente, con los cuidados y tratamientos que quiere recibir al final de la vida y el destino de su cuerpo. Entre ellos está la donación de órganos. Cuenta Bouzas que suele completarlo "gente que o no tiene familia o no cree que vaya a respetar su voluntad. Ellos quieren dejarlo claro de forma legal". El documento "se cuelga en la historia clínica del paciente" y se incluye en el Registro de Actos de Última Voluntad.
Solicitar la tarjeta de donante o definir el documento de instrucciones previas requiere de diferentes tramitaciones. En el primer caso, se puede conseguir en centros de salud, sedes de administraciones sanitarias, a través de asociaciones de pacientes o hasta en farmacias que dispongan de un impreso para enviar a la Coordinación de Trasplantes. También se puede pedir a través de la web del SERGAS o por teléfono. Es completamente gratuito.
Para conseguir el documento de instrucciones previas, hay algún paso más que cumplir. Se puede formalizar ante notario o con tres testigos de los que dos no pueden ser parientes. Si no, existe la posibilidad de tramitarlo con cita previa ante el personal del Registro gallego de instrucciones previas o de unidades habilitadas.
Las negativas familiares
España es líder mundial en trasplantes gracias a un trabajo consolidado que integra y coordina este tipo de intervenciones en el sistema sanitario pero, sobre todo, por la solidaridad de sus habitantes. En 2019 volvió a marcar la tasa máxima de donaciones de todo el planeta, con 49,6 donantes por millón de personas. El 20% de las donaciones de la Unión Europea proviene de nuestro país, que aporta el 6% de todas las que se registran en el mundo, una tasa mucho mayor a su peso poblacional.
Pero las cifras aún podrían ser mejores. Uno de los caballos de batalla de todos los equipos de trasplantes son las negativas familiares. Cuando alguien dice 'no' a que una persona que va a fallecer done sus órganos -algo en lo que está en su pleno derecho- puede abocar a la muerte a otros a los que su cuerpo les ha fallado. 14 de cada cien familias a las que se les hace la pregunta se oponen a la donación.
"Galicia por desgracia ha sido clásicamente una región con altas cifras de negativas familiares", recuerda Fernando Mosteiro, coordinador de Trasplantes del CHUAC. "De cada 100 familias de fallecidos a las que en Galicia se les planteaba la posibilidad de donar sus órganos, entre 25 y 30, es decir, una cuarta parte, decían que no". La comunidad gallega encabezaba ese ranking por la cola, junto con Canarias. Razones culturales y religiosas o el miedo a profanar el cuerpo están, en parte, detrás de este rechazo, que se da en mayor medida entre la población de origen rural.
Sin embargo, algo parece que ha cambiado. De hecho, en el Hospital de A Coruña, en 2019, no hubo casi ninguna negativa familiar. "La población se ha concienciado", señala Mosteiro, que apunta a las campañas de fomento de la donación, especialmente entre los más jóvenes, para ayudar a abrir el debate en las familias. Según el médico, "ese diálogo ha ayudado a que las tasas de negativas familiares hayan descendido en Galicia" hasta estar por debajo de la media nacional.
A veces, un gesto es todavía más importante que las palabras, y el ejemplo es el caso del País Vasco: "era una comunidad que tenía unas cifras de negativas familiares parecidas a las nuestras", recuerda Mosteiro. Unos días después de que la banda terrorista ETA asesinase al concejal de Ermua Miguel Ángel Blanco, su familia expresó públicamente que había donado sus órganos. Eso fue 1997. Hoy en día, en esta comunidad, las negativas familiares son prácticamente nulas.
"Si aquella familia, en aquel momento tan doloroso, que le habían arrancado a su hijo de aquella manera tan vil, fueron capaces de permitir la donación de los órganos y salvar la vida de otras personas, ¿cómo ellos, que habían estado en un caso similar por un accidente o por un ictus, no lo iban a permitir?", se pregunta el coordinador de trasplantes del CHUAC. Una cuestión que todos nosotros nos deberíamos plantear, al menos, una vez en la vida.